
En el día de ayer participamos en un webinar, organizado por la FEATF, e impartido por José Navarro Góngora, profesional con amplia experiencia en intervención en crisis y trauma del que nos quedamos con aprendizajes que, sin duda, añadiremos a nuestra labor. Aprendizajes que trataremos de sintetizar en las siguientes líneas:
A nuestras historias de vida hemos de integrar lo recientemente ocurrido: un suceso inesperado, infrecuente, impactante y destructivo. Una experiencia en sí misma negativa que nos toca transitar, procesar y concluir. Un impacto, por definición negativo, en torno al cual, sin embargo, es posible desplegar una serie de actuaciones que favorezcan un buen procesamiento y posibiliten un cierre positivo de lo vivido. De cómo sean las primeras actuaciones, dependerá que el proceso y las conclusiones finales adquieran tintes positivos o negativos.
A la naturaleza del incidente crítico que nos ha impactado, hay que añadir la medida excepcional de confinamiento al que nos hemos visto sometidos/as. Medida que, al llevarnos a una situación de estrés, nos impide pasar del impacto a la normalidad; complicando, e intensificando, el camino hacia la salida. Aún con todo, actuar pronto, y actuar bien, allana el camino y previene de futuros problemas de salud mental que añadan sufrimiento a lo ya sufrido.
En primer lugar, cabe destacar la profesionalización y formación de quienes vayan a intervenir en situaciones de crisis como la generada por el Covid-19. Es necesario crear equipos de trabajo organizados en base a la competencia y no a la voluntariedad (deseable, pero no suficiente) de cada uno/a de los/as intervinientes. Igualmente importante es la colaboración entre los/as profesionales de los distintos ámbitos. En crisis masivas la no colaboración cuesta vidas; si queremos reducir al mínimo posible el número de víctimas, hemos de co-construir y cooperar en el diseño y aplicación de las propuestas de intervención.
Dichas propuestas pueden ir dirigidas a la población general, a las víctimas, a los/as profesionales de primera línea, a los/as gestores/as de servicios de atención primaria, a los/as profesionales de servicios centrales, a las familias de todos/as ellos/as... La diferenciación no es baladí; cada uno de estos subgrupos va a tener necesidades particulares a las que habrá que dar respuestas específicas. Disminuir, por ejemplo, el nivel de activación emocional, favoreciendo los procesos de autorregulación emocional, exigirá actuaciones diferentes para cada uno de los subgrupos mencionados.
Tengamos presente que no todas las intervenciones han de ser, necesariamente, psicológicas; hay actuaciones de otra índole que sin serlo, producen efectos psicológicamente beneficiosos: información clara y concisa sobre los EPIs que han de utilizar los/as profesionales, rituales sociales de sanación que permitan conectar con el mundo exterior... si buscamos un mejor estar, en el amplio sentido del término, todo suma.
Tratando de dar respuesta a lo urgente, no olvidemos algo importante: atender a la diversidad y adaptar los protocolos de actuación a las singularidades de personas, grupos, profesiones, territorios, culturas, etc. En este sentido, no todo vale igual para todos/as.
Por último, y no menos importante: el autocuidado de los/as profesionales intervinientes. Permitámonos ventilar lo vivido, aliviar el estrés generado por la propia intervención en la emergencia. Hagamos grupo, compartamos, exterioricemos, expresemos... desprendámonos de residuos emocionales; liberemos, en definitiva, capacidad de maniobra para futuras intervenciones que, seguro, llegarán.
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